Durante su infancia en una pequeña localidad de la cordillera de los Apalaches, al este de los Estados Unidos, Jessica Chiccehitto Hindman fantaseaba con el día en el que pudiera mudarse a la Gran Manzana y cumplir su sueño de ser violinista. Durante años sus padres condujeron cuatro horas entre las montañas para que ella pudiera dar clases y el gimnasio de su pequeño instituto se convirtió en su sala de conciertos particular. Lo consiguió: en 2002 se mudó a Nueva York y se matriculó en una escuela de renombre. Siguiendo las pautas dramáticas exigidas por el arquetipo del sueño americano made in Hollywood, a continuación Jessica debería destacar por encima del resto y convertirse en una estrella internacional que vendiera millones de discos, saliera en televisión y actuara por todo el país. No ocurrió. A los pocos meses, abandonó las clases después de darse cuenta de que allí había una docena de violinistas con mucho más talento del que ella jamás tendría. Pero lo insólito de esta historia es que la joven sí consiguió vender millones de discos, actuar en televisión y ofrecer recitales por todo el país. Eso sí, sin tocar una sola nota.
En las memorias Sounds Like Titanic (Suena como Titanic, todavía no editada en castellano), Jessica Chiccehitto Hindman narra los cuatro años de trabajo en una prestigiosa orquesta cuyos recitales no eran más que discos reproduciéndose de fondo mientras sus miembros fingían tocar los instrumentos. El público nunca supo que los micrófonos estaban desenchufados y que aquello que escuchaban era un playback. Desde su publicación el pasado año, la biografía consiguió la simpatía de la crítica, que la consideró como uno de los mejores libros de 2019 por medios como The New Yorker o el Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos. El título procede de la expresión de incredulidad de uno de sus compañeros tras terminar un concierto, referenciando el parecido de lo tocado –o simulado– con la banda sonora de James Horner para la oscarizado película. Ella, prefería denominarse como ‘Milli Violini’, homenajeando a quienes protagonizaran uno de los timos más flagrantes de la historia de la música pop, los Milli Vanilli.